jueves, 28 de febrero de 2013

Abraham, Aron, María y Pascua



Hace treinta años mandé cerrar la ventana y la tapiaron; quedó la madera y la reja y el cristal, pero el hueco se quedó sin luz y sin aire. Las paredes hablan, me dijo ella hace unos días; las paredes hablan y guardan un sentimiento dolorido. Bajo las innumerables capas de cal esconden un grito y una angustia. Falta luz, falta aire, algo debe salir.
Yo no me acordaba de haber cerrado la ventana y no supe contestar. Creo que solté : ¡anda ya!..., si hubiera un grito yo lo sabría, me lo habrían dicho: esta casa soy yo; como el cangrejo ermitaño que ocupó hace cincuenta años su caracola. Si hay un grito yo lo habría escuchado… pero no era así. Yo nada sabía, pero ella sí. Pilar si lo sabía.
Cuando al día siguiente soñó que allí había cuatro niños que estaban viendo algo, me acordé del cierre. En efecto: era el lugar exacto en el que yo mandé cerrar la ventana hace treinta años. Mandé sin demora demoler el tabique, limpiar la madera y pintar la reja; Como si se abriera un nicho del cementerio de los que ponen “a perpetuidad”. Pasó la luz y el aire y desde la cama, mi cama, apareció un cielo azul intenso y lejano. Quedé hipnotizado con aquel cielo, con aquel azul, con aquella eternidad. Pero…¿Qué miraban lo niños? ¿qué arcano tenia aquella visión.
Abraham, Aron, María, Pascua o algo parecido a Pascua; así se llaman los niños… y he visto una postal con su firma. ¡Cojones!, le dije: ¿y qué dice la postal?. No me han dejado leerla, creo que el mensaje es para ti. Pero… ¡qué coño ha visto los niños que han tardado treinta años en dar el grito!.
Hoy ya sé el mensaje, y el grito lo han dado no por un dolor pasado, lo han dado al ver mi dolor de hoy, mi soledad absoluta. Pilar lo ha escuchado porque ella es la única capaz entrever ese doler profundo que me ha inundado el alma. Otro día diré por qué.
Sé también la razón de los nombres: Abraham es la Fe, que conservo. Aron, la palabra…que aún me queda. María es mi madre e intercesora y Pascua… todavía no sé lo que es Pascua. Cuando lo sepa lo escribiré.
Consecuencia de todo esto: nadie creerá que es verdad, pero parte de mi dolor está ya junto al azul inmenso del recuadro pequeño de cielo que puedo contemplar desde esta cama en la que estoy pasando la enfermedad.



domingo, 10 de febrero de 2013

El dragón y el carnaval


Había un lago, cualquier lago, el mío no tenia nombre o al menos yo no lo recuerdo. Era profundo, verde, ondulado con la brisa, frio, desasosegado de vez en cuando, un tanto contaminado por los humanos, pero todavía incluso habitable. A mí me gustaba por dos cosas: primero porque como no conocía otro no podía comparar, y segundo porque sabia de memoria sus rincones, sus secretos, su profundo misterio.

Yo vivía allí desde hace…, bueno desde que recuerdo, porque un monstruo, un dragón o como queráis llamarme no se cambia nunca de lago. Es más, tú acabas llamándote como él, como tu casa, que así me sentía yo allí: en mi casa. No sales mucho fuera, fuera del agua quiero decir; la cabeza alguna vez en la vida, la cola – que asusta menos – de vez en cuando…preferentemente de noche, cuando no atisbas a nadie, cuando no llamas la atención, porque esa es uno de los mayores inconvenientes que tiene un monstruo: que en cuanto lo ven, llama la atención. Me lo dijo mi padre: hijo, intenta por todos los medios pasar desapercibido. Pues vaya consejo siendo monstruo; monstruo y de los que lanzan llamaradas por la boca cuando una mala digestión te deja el estomago con ardores. Ya ni eso, que con la vejez se van acabando los fuegos hasta del estomago. La última vez que lo intenté apenas salió un poco de humo y unas burbujitas tenues removieron el agua. Lo mejor de mi vida es mi conciencia rotunda de no haber hecho nunca mal a nadie, y lo peor el miedo que provoco sin saber por qué. Vamos,  yo no sé por qué, pero la gente viene, explora, bucea, toma fotos al lago, pone anuncios de peligro…¡para una vez que me descuidé y lograron verme!...
Escribo esto porque soy un dragón viejo y jubilado que apenas puede caminar con sosiego por el fondo del lago, y busca ya refugio en su memoria para subsistir. Malo, malo -me digo - cuando un dragón busca refugio en la memoria. Escribo también porque hoy me he llevado el susto de mi vida. Resulta que es carnaval y me he animado a ponerme un disfraz… ¿de qué me disfrazo? – de persona, pensé lógicamente – si un chico se disfraza de dragón, lo lógico era que yo me disfrazara de persona…y ya está: me he disfrazado de pastorcito, de maño bailando la jota, o de pasiego de donde sea. Estos disfraces tienen la ventaja de que como todos se parecen caes siempre bien al de tu zona, o al de otra según el que te vea. Con cuatro trapicos, una boina arreglada de un neumático que dejó algún desaprensivo en el agua, cuatro remates de algas y unos zapaticos antiguos me puse tan mono y salí a la orilla.

-                                      - Oiga, me dijo una señora regordeta que llevaba un taper con tortilla a sus presuntos nietos. Oiga, repitió: usted que ya es mayor…¿ha visto por casualidad alguna vez al monstruo?
-                                 -  ¡Señora! … eso son habladurías… disfraces, inventos para que venga el turismo.
-                                -   Pues es una pena; debían hacer algo: usted mismo – fíjese se le ha caído un trozo del pantalón y se le ve verdoso …podía dar el pego y ponerse un disfraz de dragón. Anímese, hombre, que es domingo de carnaval. Venga y llamo a los niños..
Y me quité el disfraz de lagarterano y me quede en el de dragón, y me hicieron fotos abrazando a las criaturas, y jugamos a la comba y lo pasé cojonudo.
Luego, mas tarde, cuando se fueron todos me di cuenta de la situación : yo no era de verdad un dragón; yo era una persona eternamente disfrazada de dragón. 
En esas avancé hasta el agua para sumergirme de nuevo, para zambullirme en mi casa, para seguir siendo yo, bueno no yo sino el papel de dragón que me ha dado la vida...me miré en el espejo que iluminaba la luna y pensé: ahora ciertamente, cuando lo sé todo, es cuando siento mi profundísima soledad.