jueves, 29 de noviembre de 2012

El sujeto como protagonista de la soledad.


El sujeto como protagonista de la soledad

No existe la soledad sin el yo previo. Es él, el sujeto, el presupuesto de ese sentimiento abstracto que llamamos soledad. Yo estoy solo en tanto existe mi Yo; mi yo consciente y definido. Pero… ¿Cómo puedo analizar la soledad desde mi mismo?, ¿Cómo puedo alcanzar el concepto desde la propia estructura de mi yo?... Responder a estas dos cuestiones no es fácil y menos si me considero ser cambiante, no estático desde el hoy en movimiento desde el que pienso. Quizás para esbozar en pinceladas este pensamiento habría que abordar dos temas iniciales: la opacidad de la contemplación  propia y mi andar errante movido por la fuerza inexorable de ir y comprender.

La primera de ambas ideas es la opacidad de la observación. Dice María Zambrano al respecto: [i]al recaer la mirada sobres sí, al mirarse como tal, el sujeto se encuentra opaco, porque se mira pretendiendo verse a sí mismo, y tal mirada, por su propia naturaleza, produce la opacidad, la soledad incomparable, el castigo de la falta de quietud, de arraigo, y la necesidad subsiguiente de tener que ir buscando más allá del sí mismo conceptual

 Es eso precisamente lo que siento hoy : la sensación intima de entender mi yo, el Félix Sánchez López de Vinuesa de mi carnet de identidad. Pone en él, en el carnet…: “hijo de Félix y de Rosario”, y ahí me amparo, ahí me detengo, a me intento descifrar a mí mismo. Soy hijo de mis padres.  Pero no lo consigo: no consigo descifrar mi yo solo con la genetica. Mi ser sigue siendo resultado de una mirada opaca, poco definida, poco resaltada en sus contornos, poco matizada en los detalles.  Félix Sánchez López de Vinuesa… sí, ¿pero cuál?: ¿el profesor universitario?,¿ el muchacho aquel ennoviado de los años sesenta?, ¿el padre de familia?, ¿el jubilado solitario que habita en un palacio de 3000m2 de superficie, y concentra sus ansias junto a la chimenea?, ¿el poeta?, ¿el niño aquel que se enamoró de una jovencita a los quince años y conserva sus cartas?... ¿Quién soy yo en realidad?...¿la suma de todas estas interrogantes ordenadas por el tiempo? NO;NO;NO: no puede ser así, pues si lo es habría desaparecido de un plumazo mi pretendida trascendencia.

Y es que entiendo, con María Zambrano, que el ser no es una pregunta, ni ocho ni diez ni cincuenta que me hiciera. No; el ser es una respuesta que se repite en la necesidad del ir. Del ir y comprender. De ir y hablar, de expresarme en letras. Mi historia, mi yo en definitiva, vista por mi mismo, ha de entenderse contemplada desde una plataforma en movimiento que es mi vida de hoy, mi sentir de hoy, mis ansias de hoy.  Cada instantánea de esa historia, de ese yo, necesita un enfoque diferente, una perspectiva obligada y distinta, un análisis de circunstancias vitales, una razón de ser y de sentir que se agolpa o se allana en cada curva del camino, en cada meandro del río de la vida que va intuyendo ya la brisa de la marisma y la sal de la mar cercana. Se trata de dar cobijo filosófico a la concepción de la metodología de la Historia de Arnold Toimby en el sentido de que el historiador crea la historia desde una plataforma móvil que se desliza como las aguas de un río, pues él, el historiador está en el cronos inexorable de la vida.

Mi andar errante, así concebido, es causa de la causa de la causa de la causa de la primera pregunta y por ende de la primera respuesta: Soy hijo de Félix y de Rosario y por ello, a través de mi historia, palpo ahora y desde aquí, como sujeto de mi yo, la incomparable soledad.  



[i] Zambrano, María: Notas de un método; Fundación María Zambrano en Tecnos. Madrid 2011.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

aceite- aire



EL ACEITE-AIRE

Aquel año, en el mes de febrero, hizo mucho frio;  un frio prolongado, polar, implacable. Venía desde el Ártico bordeando por poniente la Gran Bretaña hasta golpear las costas del Cantábrico .  Cuando alcanzó Andalucía el intenso frio polar detuvo su andar y acampó en los olivares del Sur escurriéndose por cañadas y barrancos; inundó  llanos y las riberas; se esparció por la campiña, pintó de canas las montañas y  dejó los árboles ateridos y sin fuerza. En marzo dejó de llover y hasta mediados de octubre no cayó una gota. La tierra rajada fue engullendo las hojas caídas de los olivos de la comarca.


En un pueblo de las Vegas Altas del Guadalquivir el desastre fue total. Los haldares  se tapizaron de hojas y la luz poderosa de marzo dejó el follaje de los olivos como un encaje de tul de una mantilla azulada, luego amarillenta, luego muerta. En mayo no hubo flor, en junio no hubo cuaje, el verano fue tórrido y la sed de los meses de septiembre y octubre llenó de angustia el corazón de la gente. A finales de octubre llovió intensamente, y las pocas aceitunas que consiguieron cuajar en los resisteros engordaron como ciruelas y, del peso, cayeron prematuramente al suelo.


Cuando llegó la hora de coger la aceituna el pueblo tenía que trabajar y salió al campo. Fueron a los pagos y a las hazas y a las fincas medianas o grandes y arroparon los troncos de las olivas con los mantones; y varearon las ramas y no cayó aceituna.  Como cada año arrastraron los mantos por las camadas,  sacaron las sacas sin aceituna y colmaron los remolques de hojas y aire. Luego, también como siempre, encararon los caminos y carreteras hacia las Almazaras. Pero iban vacíos, sin aceituna. Claro que  en aquel pueblo nadie quiso saber que no había aceituna.


Las Cooperativas y Almazaras todas limpiaron sus instalaciones, prepararon las cribas, sustituyeron cintas, rellenaron tamburos, engrasaron centrifugas, acondicionaron lavadoras, bidones, trujales, cámaras, recipientes, envasadoras, etiquetas, tapones, envases de cristal, ordenadores y aplicaciones de contabilidad…. Y llegaron camiones a la tarde, y remolques, y artilugios todos transportando aire; y descargaron y se limpió el aire, y se molió el aire, y se pasó por los decanters el aire molido, y se almacenó aire en los grandes depósitos de acero inoxidable llenos de aire.


Luego, se envasó el aceite inexistente en lindas botellas, se etiquetó correctamente y se envió a su destino de grandes superficies, tiendas medianas, tiendas pequeñas, establecimientos delicatesen, círculos gastronómicos, instituciones de control, laboratorios sanitarios, particulares, paneles de cata, muestras mil y botellas de aceite para gerifaltes y políticos que llegaron e inauguraron la campaña y comiendo en fiestas del aceite nuevo, del aceite verde, del aceite inexistente. Todo como cada año, como cada campaña, como cada noviembre.


Tal fue así que aquel año, en aquel pueblo, tras el aceite nuevo, la gente pedía en los bares su café con tostada de aceite, y empinaba la alcuza vacía sobre el pan;  y no caía nada pero inmediatamente le ponían un poquito de tomate y… al gañote. Las ensaladas se hicieron sin aceite; y los boquerones fritos se preparaban en la sartén echando aire y friendo el pescado con aire. Nadie en aquel pueblo reconoció que solo había aceite inexistente, aceite-aire, y la vida siguió como si tal cosa.


Los únicos que percibieron el fenómeno del aceite inexistente fueron los banqueros que iniciaron desahucios, comunicaciones de números rojos, embargos, cartas de requerimiento de pago, denegación de crédito y cosas por el estilo. Eso sí: los empresarios que festejaron el inicio de campaña despidieron, poco después, a los trabajadores; se perdieron miles de jornales y los sindicatos renegaron de los recortes de Rajoy; las huelgas se multiplicaron y fueron a ellas los trabajadores con bocadillos de tortilla frita con aceite inexistente. La vida siguió pues como si no ocurriera nada, salvo para aquellos desgraciados que sin nada y sin trabajo contemplaban pasmados el paso de los días.


 Pero alguien por pura necesidad se dio cuenta y salió por la calle con una pancarta: el padre a un lado, la madre, al otro. Tres chiquillos en medio. Tenemos hambre rezaba la pancarta, las botellas de aceite están llenas de aire. Todos se echaron las manos a la cabeza y el alcalde del pueblo prohibió la manifestación y los municipales llevaron a la familia al Ayuntamiento.


-          ¿qué le pasa a usted? Preguntó el alcalde al padre detenido


-          Tenemos hambre


-          ¿no ha cogido usted la aceituna? En las oficinas de empleo se buscaba gente.


-           No hay jornales, el aceite es aire.


-          ¿aire?


-          Si, aire, aire, solo aire.


-          Usted está loco, y además el aceite ha subido de precio


-          Sí, pero mis hijos no comen aire.


-          Que le arreglen a este hombre los papeles para cobrar los 400 €. Gritó el alcalde. Que la agente social se ocupe del caso. ¿Está usted contento?


-          Sí, contentísimo, excelencia


-          Yo no soy excelencia, soy el alcalde del PP, y Rajoy le prolonga a Vd. los cuatrocientos €, mas cincuenta euros que el municipio le da a su familia hasta que le llegue la subvención.


-          Sí, señor alcalde, respondió el hambriento subsidiado y beneficiado con los cincuenta € del generoso Ayuntamiento.


-          ¡Ea!: asunto terminado, dijo el alcalde.

Uno de los concejales presentes  se atrevió a decir:

-          Señor alcalde, este hombre tiene razón, el problema es que no hay aceituna…
-          Ya está usted como siempre, Martínez, con sus monsergas; La Pac es de pago único, la gente tiene paro, las Almazaras han funcionado, los mercados reaccionan  y lo importante es lo importante…, con o sin aceite.
-          Sí, dijo el concejal, pero la gente tiene hambre…
-          Yo no soy Teresa de Calcuta, respondió el alcalde, y si no está de acuerdo … ¡déjeme Martínez, déjeme, por Dios, y permita que el pueblo funcione..

-          Y de esa forma nuestro alcalde siguió con sus recepciones y con las deudas del municipio exigiendo que el Gobierno de la Nación  ( no sabe bien de qué Nación hablaba el munícipe) subastara cada viernes cuatro o cinco mil millones de € para aguantar un mes más pagando a los funcionarios, ordenanzas, choferes etc. del Ayuntamiento. Aquel día tenía mucha faena: tenía que asistir a la inauguración de la campaña: venia el Delegado y el Consejero de la Junta de Andalucía… a inaugurar la campaña del aceite inexistente.



Ya en la calle el hambriento se cruzó con el Caminante. Dame algo de comer le pidió el Caminante al subsidiado. Y fueron a la panadería y compraron un pan. Sentados en un banco cortaron el pan y el Caminante sacó de su zurrón una botellita de aceite  dorado, aromático, real. Tomad hijos, le dijo a los niños, os echaré un chorreón de aceite: este no es picual, ni manzanillo, ni arbequino, ni royal, ni hojiblanco ni picudo… Este es aceite esperanza.


-          ¿aceite esperanza? ¿qué aceite es ese?


-          Es el aceite del año que viene; el aceite que vendrá y deja vivir al pueblo; el aceite que mueve las cosas, el aceite que será y  es ya para en miles de hombres y mujeres de estos pagos que saben de esto.


-          Este año todo el aceite es invisible…, dijo el padre.


-          No, no, buen hombre; no es así. Este aceite es real. Esta botellita es tan cierta como tú y como yo. Esta botellita no se acaba aunque chorrees en el pan de tus hijos. Te lo voy a explicar: Tú no tienes más que cincuenta € y has comprado pan y me lo has ofrecido a mí. Yo,  a cambio,  no quiero darte aceite , quiero darte algo más, quiero darte esperanza; mira hacia allí… Y el hombre miró a un haza de olivar de los ejidos y pudo ver unas hermosas olivas con la hojas anchas, brillantes, poderosas, adheridas a un retalle vigoroso y plateado…



-          Bueno, dijo el padre… el año que viene habrá cosecha. Gracias por el aceite de la esperanza, amigo…



Pero al volverse para hablar con el Caminante, este ya no estaba allí. Y es que la esperanza aparece con dificultad cuando la vida arrecia, pero tiene siempre para los agricultores de las Vegas Altas del Guadalquivir una botellita de aceite metida en el zurrón; una botellita que no se acaba nunca.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El Principe Azul


Fíjense en la imagen sicopictografica que ha llegado esta tarde a mi despacho. ¿No ha tarareado nunca una cancioncilla y no se la pueden quietar de la cabeza?; pues eso: una cancioncilla  pero con imágenes.

Yo era el príncipe azul de la Bella Durmiente. Me calzaron las mallas azulones, mi capa rosada, mi gorro o barretina o lo que fuera primoroso con una pluma rosa, mi caballo blanco, el bosque encantado, las florecillas por doquier y… hasta perdí la barriga de ahora  y cabalgaba gallardo sobre una manta de terciopelo granate. Un primor vaya, un primor de película de Hollywood  con musiquilla dulzona. Y avancé decidido por el bosque; a izquierda y derecha estaban los animalitos todos expectantes, las mariposas volando junto al caballo y las gotitas de rocío salpicándolo todo… hasta que la vi.

Estaba allí la moza – yo no sabía que era la Bella Durmiente - toda tumbadita en una especie de angarillas con flores; placida, dormidita, primorosa, angelical, única, sencilla, cándida, aguardando el beso del príncipe que era yo y que adivinó – yo adiviné quiero decir – que tenía que besarla no se aún bien por qué, pero el guión de la imagen  era claro: yo tenía que bajarme del corcel que relinchando se detuvo junto a la joven, avanzar de puntillas, acercarme a aquellos labios rojísimos que me aguardaban desde la eternidad y  mua mua mua, besar a la durmiente.

Y lo hice; bajé del caballo y noté el levísimo peso de mis pies sobre un manto de hojas que el bosque había preparado para el momento: percibí el silencio que la naturaleza toda cuidaba para arropar al beso; quizás solo se escuchaba algún que otro ruiseñor despistado en la cumbre de los árboles  y …la respiración pausada de la Bella en aquel dulcísimo sueño que era gloria,  y espera y paraíso…

Y avancé unos pasos y me detuve al lado de la Bella, y alargué el cuello muy despacio, y el silencio se hizo total entre los rayos de sol que traspasaban el follaje. Solo una música suavísima, interpretada por los mil duendes del bosque aquel empezó a sonar…

Eres tú…
El príncipe azul que yo soñé …

 
 Y mis labios apenas rozaron los de la moza cuando esta abrió encantadoramente los ojos, se estiró un pelín y me arreó una grandiosa bofetada mientras gritaba:

-         ¡¡¡¡ Fresco !!!!, ¡¡¡¡ sin vergüenza !!!!, ¡¡¡¡ cochino !!!. Eres como todos los hombres… ¿Quién te ha dado permiso para besarme? . Canalla, miserable, ¡¡¡¡socorro!!!.

Y acudieron los enanos todos y me majaron a palos. Pero lo grave del caso es que, como la cancioncilla repetida, la imagen no se ha ido en horas..

Supongo que aquí, leyendo Delirio y Destino de María Zambrano, en la absoluta soledad de la Almedina, escuchando la lluvia que cae plácidamente podré desvelar el arcano de la pesadilla del Príncipe Azul  que les acabo de contar. Dentro de unos minutos me iré a la cama… un poco aturdido. Este silencio de la Almedina me está dejando, ciertamente, un tanto chungo.

Fotografía y Soledad


La historia es sueño, dice María Zambrano: el sueño del hombre. Sí, desde luego, la historia es una creación extraída de un sueño, diría yo. Una creación siempre inacabada y siempre en movimiento en tanto que es subjetiva por naturaleza y sometida al tiempo y al espacio. La Historia con mayúscula, historia de las naciones, de las guerras, de los imperios de la economía  o del poder la objetiviza el historiador a través de las fuentes, o mejor diría de sus fuentes. ¿Deja pues de ser sueño al extraerse, al crearse, al hacerse capítulos y papel y cronología? Pienso que no. La historia sigue siendo sueño aún después de escrita.

La historia pequeña, la nuestra, la de cada día, la que queda en cuatro fotografías amarillentas encadenadas a un marquito de plata también es un sueño. Soñamos nuestro inacabado ser de muchas maneras: buscamos expresiones, recordamos trajes, sacamos a colación la primera comunión, el retrato de los padres o la fotografía de la boda. Lo trascendente de esa historia personal soñada no es la foto, es la elección. Antes no; antes se colgaba de la pared la foto del abuelo porque era su única foto, “la foto”. En el mundo de hoy no hay una foto, hay cientos de fotos: fotos de viajes de hijos o de nietos; Fotos en blanco y negro y fotos en color; fotos enmarcadas y fotos en álbumes mas o menos temáticos. Fotos en el móvil y fotos, miles de fotos, en la pantalla del ordenador que pasan ante tus ojos, incluso, automáticamente, escurriéndose hacia la izquierda, superponiedose con otra, deslizándose hacia abajo. Hacemos presentaciones, corregimos perfiles, componemos fotos complejas, retocamos contrastes y… borramos cientos de diapositivas para escoger algunas, las que creemos mejores…

Me reafirmo: la historia es un sueño, y el sueño se sueña en soledad. Heráclito llamaba a los hombres a despertar para verse  en su propio sueño. Despertar sin dejar de soñarnos, habría que precisar, pues inevitablemente retomamos la historia en cada amanecer. ¿Pero qué historia?, ¿qué historia renace cada día?, ¿qué fotografía del móvil archivaré  hoy en el ordenador? ¿qué soledad de mi inacabado ser plasmaré, elegiré y guardaré esta tarde?.

¿Así pues, como en la historia grande, la Historia con mayúscula,  cabría preguntarse: ¿deja el día a día de ser mi sueño,   para hacerse historia al plasmarla en soporte informático o en papel o dónde sea?. Vuelvo a pensar que no. La foto de hoy no existe, no es, no puede ser. Yo no soy el de cientos de fotos acumuladas en un archivo. Si pudiera despertar y dejar de soñarme acabaría con el ansia de ordenar un proyecto de vida que no es mío.  No me identifico en ninguna foto, en ninguna; no soy yo, ni mi imagen quedó grabada no sé dónde. Sé,  sin embargo, que elegí finalmente alguna imagen – unas veces mía y otras no –; que las llevé a imprimir, que las puse en un marco, que la puse en el despacho o en el salón o en la mesita de noche y…que esas, las que adherí a un sentimiento, son mi sueño que  se hizo por unos instantes realidad. De ese sueño o realidad soñada brotan algunas letras, algunos trazos de poesía, un sentir que me asemeja vivo. Y ahí, precisamente ahí, en la elección, en tomar esta o aquella foto… en ese momento y no en otro identifico a la vez mi historia y mi soledad.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Soledad y muerte

Lo esperado, lo que pensamos ha de venir y no llega, lo que ansía el hombre interior que todos llevamos dentro y no acontece, lo que antecede al vacio y desemboca en él, conduce irremediablemente a la soledad. No estás solo en tanto esperas, en tanto intentas alcanzar un algo abstracto que se concreta en el tiempo aquí o allá. Uno está solo cuando alcanza y se da cuenta de que lo alcanzado es el no. Y en ese momento vives a medias al sentirte encerrado en tu propia soledad. Uno se muere un poco cada vez que escribe una entrada en el Face intentando existir.


La muerte, pues, no nos llega de golpe; nos vamos muriendo aún estando vivos, y nos morimos al son del tiempo en que sacamos la cabeza, en que intentamos decir: aquí estoy; estoy aquí y existo. Yo me estoy muriendo en la soledad que produce la incomprensión, la imposibilidad de hablar, la ausencia de alguien que escuche tu historia. Más aún, porque escuchar la historia – más o menos real para el que escucha – no trasciende y mata la soledad. No. Lo que anhela ese hombre interior al que antes me refería, no es que te miren o te escuchen; eso es baladí. Lo que intentamos para vencer la soledad es que el que mire, vea; y el que escuche comprenda.


Cuando eso no llega, cuando la soledad te aprisiona de tal modo que acabas deseándola, y hacerla tuya, y compartirla con tu yo; cuando es ella la que te entiende y te acaricia y, como la amada al amado, te hace suyo, en ese momento has llegado a esa línea de no retorno que te atrae y te espanta al unísono. En ese instante digo, estás perdido. Estás muerto.


Quizás como último recurso para librarte de la tenaza de la soledad echas mano a la intelectualidad o a la conciencia intima de lo trascendente. El Dios que me intuyó y propició que mis padres me engendraran. El Dios que me lanzó a un mundo destartalado y sin entrañas, y “sabía” desde el inicio lo que había de ocurrir. ¿Dónde está?, por qué me dejó nacer; ¿por qué me dio un ansia de libertad para quitármela al mismo tiempo marcando mi destino?. La voz distorsionada por la agonía del hombre atenazado por la soledad gritará, seguramente, con las fuerzas todas que le queden un ¡¡¡¡Dios mío!!!. Como la última palabra que salga de su boca.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La soledad y Dios


Me cuesta Dios; lo pienso e incluso lo concibo. No lo alcanzo: no lo ha alcanzado nadie y si alguien lo hiciera dejaría de ser el Transcendente. Él es inalcanzable por naturaleza. Pero acercarse si es posible. Imagine, lector, una gran águila, un ave excelsa que surca un cielo sin nubes, un cielo pleno con un sol de justicia de agosto. Piense que sobre un rastrojal amarillento proyecta nuestra ave su sombra alargada; una sombra que cae sobre los seres todos que se ocultan entre la paja del rastrojal.  

Algo así es la presencia de Dios en mi vida; está ausente, alejado, invisible allá en lo alto del cielo azul de justicia de agosto. Pero su sombra no; su sombra planea sin cesar sobre el páramo de mi existencia. Lo percibo precisamente en eso: en  sus No, en la ansiedad que precipita mi ser entre Él y su ausencia.  Y es que vivir es errar, deambular ocultándose en el rastrojo cotidiano, en el seno de la paja muerta que no nos deja de rodear y el recuerdo permanente de un cereal de primavera. La incertidumbre, el ansia y la soledad están ahí, en los terrones y las rajas secas del haza en el verano. Un haza que te sostiene y te cobija, a la vez que permite que la sombra del Transcendente se concrete y avance lentamente, pausadamente, cobijante, terrorífica y permanente. Él no nos da su ser, pero nos permite, como la sombra, conocer su no ser…

¿Y el hueco entre el ave y su sombra?, ¿Cómo la percibe el humano? ¿Cómo nos llega? ¿Cómo se trasmite?. No lo sé; pienso que cada cual la intuye a su modo. Alguien la niega; no niega al ave, pues ve su sombra; niega lo inalcanzable a la razón, y le basta. Otros ven la amenaza, calculan a su modo las distancias, elaboran teorías…, se equivocan siempre. Los más se arrodillan sin pararse a pensar arropados en el impulso de la multitud. Algunos intentan la unidad, quieren volar y se estrellan en la estupidez de un ascenso inútil. Algunos finalmente, los estúpidos, escupen hacia arriba.

Para mí la distancia entre el Transcendente y yo se mide en letras, en palabras, en poesía. La palabra sigue a la sombra como el sol al ocaso. Mi palabra que nace del no ser y se afana en la sombra del Transcendente. Estás ahí le digo: agazapado en la pequeñez mía que te intuye y te ama, susurrando matices, poniendo tildes a mi vida toda como el maestro corrige el dictado impuesto al niño. Solo que a mí me dejas escribir libremente, al tiempo que generas, oh Creador, la percepción de tus NO y mi propia soledad.