jueves, 20 de diciembre de 2012

Cuento del jaramago.


EL CUENTO DEL JARAMAGO.



   Había una  vez  en una linde  una planta pequeña, una planta vulgar de primavera.  Muy usual  en los ribazos  apenas recibía atención alguna.  Sus flores amarillas no las usaban las gentes para adornar altarcicos ni ventanas.  Sólo alguna que otra vez el jaramago aquel, que jaramago era la plantita de marras, había oído hablar de  pasadas glorias : Campos floridos bajo encinares viejos ; pagos y caminos  sin fin;  el contraste morado de marzo: lirios , borragos, violetas …, con los que el jaramago combinaba en su amarillo limón.
 
Un día de abril vio nuestra plántula  pasar a una  yunta tirando de una  carreta adornada de flores de papel.   Acamparon cerca del ribazo los romeros y  contempló cómo bailaban por sevillanas  las mozas y mozos que la carreta traía. Y violes adobarse de madrugada   sobre la yerba recia vecina suya  - gramón agradecido y aplastado en el quehacer de amor - , y se ruborizó y se extasió , y buscó en el aire lo que ansiaba. Solo que el amor de jaramago - le dijeron - era  una espera infinita , un polen misterioso que  fecundaría sus flores sin más .


¿ Y la danza ?, ¿ y el arrullo? , ¿y el gemido? , ¿ y los brazos entrelazados ? , ¿ y las bocas aquellas de las parejas de la carreta en flor ?, ¿ y el gramón   de colchón  aplastado ? , ¿ y el sudor de los cuerpos y de las almas ?…  ¿ dónde quedaba todo  ? , ¿ en qué lugar de la botánica parda  decía que el amor del jaramago estaba fuera de lugar , que era malo  ? .

 Yo recuerdo al Padre Amezcua decir que el ímpetu español  de la  Conquista Americana estaba unido a otros sudores menos placenteros . Que Pizarro, Cortés, Cabeza de Vaca y Magallanes llevaron la fe y la castidad a Países en los que el  “Kamasutra “ reinaba como aquí el Sagrado Corazón . Kilometro arriba, kilometro abajo , luego me enteré que lo del Kamasutra tenia relación con la cama y que eran cosas de la India, pero de la India de verdad no de la india  de Colón.

 Los indios de la India, desde luego, según contaba mi padre, permitieron que los ingleses los dominaran por aquella degeneración obsesiva del folleteo prematuro. Que si no hubiera sido por el ablandamiento de la medula ósea , el relajamiento de las costumbres, la fornicación  obsesiva y alguna que otra lindeza parecida los echan a gorrazos, a los ingleses claro.  Que mi padre aseguraba que la médula se ablandaba con aquellos traqueteos , y que Trento había sido el Concilio de la España inmortal. San Francisco Javier bautizando millones de catecúmenos con una regadera, o mejor con una concha peregrina gallega santificada por el Padre Santiago Matamoros, eran la explicación a todo : al imperio, a Pizarro, a Guzmán el Bueno , a Cortes, a Canalejas e incluso a Queipo de Llano. Por explicar la bondad del hecho fehaciente de la escasez de acoples que acongojaba a la juventud heroica de la post guerra  la leche americana y el desarrollo de los tecnócratas  baste con leer las Reivindicaciones de España de Areilza y Castiella en las que se pedía nos dieran el Vietnam. Pedían los cabronazos de políticos  aquellos  que nos dieran el Vietnam nada más y nada menos por que unos soldaditos hispánicos desembarcaron una vez por aquellos pagos camino de Filipinas buscando lo que buscaran las criaturas, después de meses de travesía sin más faldas que el delantal del sargento de cocina. “Apoyo logístico a las fuerzas francesas en la Indochina” afirmaba Castiella . España se ha puesto en movimiento dijo Serrano Suñer cuando entramos en Tánger. Gustó aquello del movimiento, agradó la palabreja afirmo, lo pusieron con mayúscula , y por pocas . Por el imperio hacia Dios , proclamó alguien. Viva España. Arriba España, Viva Franco ,  Arriba el Movimiento …,y el tío Ricardo ( Ricardo Sánchez Hidalgo  - hermano de mi abuelo por más señas )  que exigía el saludo romano con la mano extendida , abierta , ( hacia abajo claro que hacia arriba es mendicante y propia de país dominado y colonial . ) mientras sonaba el himno nacional en la radio a las dos y media. Y si el himno sonaba mientras estabas comiendo y con la boca llena, pues nada se levantaba la mano pero con cuidado de no hacer ruido de tripas en tan solemne momento , ni tirar las copas de agua, eso. Y yo me digo : ¿ por qué el Movimiento iba contra el movimiento ?  , ¿ Qué tenia que ver el culo con las témporas ...?  Pues en verdad en verdad os digo que así era.

   En fin, que el jaramago no alcanzaba teorías tan excelsas . ¿ Que tenia que ver el Imperio , y España y la Santa Madre Iglesia con el vaivén  y el  arrechucho  y el besuqueo y el acople?. España, la tradición , la Falange, Franco , y quinientos años de decadencia patria exigían empero el polen misterioso y aséptico, la cópula liviana, la masturbación como escape y la confesión como bálsamo de Fierabrás.

 Eso no lo supo nunca el jaramago aquel, aunque lo intuyó afirmo. Y si no, que se lo pregunten a las parejas escondidas por los jardinillos del Salón al atardecer, y a los grises mandados por el Cardenal Parrado para salvaguardar las costumbres vigilando por las Titas y por los Basilios y por la Bomba.

Yo, de aquella época, o mejor de algunos años más tarde, recuerdo a un País  - España era por aquel entonces un País y una Nación - en el  que convivían Herrera Oria y Escrivá de Balaguer . Un País en el que hasta el Papa se decía era  rojo,  masón,  conspirador  y contuberniante, y en el que en la primera comunión te regalaban el  Kempis o Camino  o ambos dos monumentos literarios . Y todo antes de enterarnos de que la Ikurriña existía y la Verdiblanca era  parienta de Blas Infante. Joder, joder, joder …, que para enterarse de todo aquello y ver lo que el jaramago había presenciado  había que ir a Perpiñán al cinemascope, por lo menos. 

Así quedó la cosa durante años,  y el jaramago creció  y sus semillas volaron a otros pagos y  la vida brotó en nuevas primaveras,

 Pasado el tiempo y por causas que no vienen al caso llovió intensamente sobre el ribazo aquel. El agua penetró por las grietas del barbecho y la humedad estremeció las viejas raíces ocultas y enterradas. Tímidamente , cuidadín cuidadín , allá por octubre o noviembre,  abrieron algún que otro capullito del jaramago amigo,  y supo  que el invierno cierto quemaría las flores  que a destiempo la lluvia promovía . Al olmo centenario, decía Machado , con las lluvias de abril y el sol de mayo , algunas hojas verdes le han salido. Al jaramago viejo, digo yo, en el veranillo del membrillo , le ha salido una flor.


De todo aquel frenesí cultural , o a despecho de él,  de nuestra florecilla nació una vaina pequeña de semillas fugaces y redondas como puntitos pardos sobre el terreno seco.  Preguntósele al sabio del lugar,  alcornoque centenario del cerro, qué debía hacerse con una flor extemporánea, con una simiente fuera de temporada de futuro incierto y poco venturoso. Se hizo un silencio. Recogiose el sabio a meditar. Maduró la respuesta afirmo, y por fin habló.

 Esperaba la sociedad yerbuna una sentencia  ejemplar llena de considerandos y resultandos; una sentencia que iniciara una línea jurisprudencial constante, un camino ancho y justo para el Derecho que enseñara a toda planta a comportarse como debía : se florece en abril; se germina en mayo , y se muere en septiembre. 

Bueno, dijo el alcornoque,  pues nada, no pasa nada ; esta es mi sentencia:

“ Que acaricie el jaramago de amarillo el color de la paja . Que endulce de pinceladas verdes el lindazo de tobas y cardos. Que aprenda a bailar sobre sus raíces viejas la danza eterna del amor. Que haga lo que sepa y lo que pueda, ¡ Que cojones ! . Y que le quiten lo bailao antes de que llegue la escarcha.”

 Y es que el alcornoque , amigos míos, era auténticamente un sabio , aunque fuera un alcornoque. Y comenzó el jaramago su lento aprendizaje de danza a las ordenes del viento y de la brisa , y le salieron posturas  armoniosa y gráciles y esbeltas parecidas a las del dibujo de mi hija que se adjunta:




Sólo, que sus abriles habían pasado y su tiempo se resistían al bailoteo desenfrenado y acusaba el esfuerzo en demasía. 

- Tu tren pasó hace años ; no se oye ya ni el silbido agudo de la máquina en lontananza, decía la amapola
    - ¡ No te da vergüenza !, apostillaba el espárrago triguero. .
   - Cada cosa en su tiempo , concluía la ortiga y la lavanda.

Tres días más tarde, cuando un frente frío alcanzó las costas de este Sur terminó la polémica. Una escarcha primera de  noviembre cubrió de blanco las hojitas aquellas del jaramago viejo. Cuando el sol apretó a media mañana del día siguiente, todo había pasado. El crudo invierno  de las estribaciónes de la Penibética puso orden en el ribazo en flor de otoño. Poco después el viento del norte arrastró unas briznas negruzcas hacia pagos más fértiles, hacia primaveras nuevas.  Lo que no marchó nunca  fue la sentencia del alcornoque y la añoranza eterna del ribazo florido. Y colorin colorado este cuento se ha acabido ( para que rime ¡ ea ! ) .

Las monjas de Santa Clara


Me duele la Navidad. Me duele la soledad y suscitar pena penita pena. Me duele el espíritu dulzón,  y las lucecitas, y el mazapán, y el Corte Ingles cantando villancicos. Yo estoy bien, con gripe pero bien. Esta noche al  apagar la chimenea he quemado una hoja del Mundo; no me crean trágico: he quemado una hoja del el Mundo que andaba por aquí. Ahora vas a arder, le dije y… ardió; ardió de golpe, como si fuera gasolina incendiaria; luego por las aristas de cada doblez  han recorrido velozmente su camino lucecitas minúsculas animadas por el aire . Ascuas insignificantes, me dije; como monjas, monjas, novicias…he pensado : palmatorias de novicias de un convento del S.XVI. Cada una corriendo a su celda por los pasillos tortuosos del convento, es decir: por los pliegues del papel. Al llegar, se abre la puerta, entra la novicia y apaga la palmatoria para desnudarse y que no la vea en cueros su angel de la guarda. ¡Pin!, y se apagó la lucecita. La superiora es la luz más persistente, más intrincada en su camino, mas observadora de las demás. Al apagarse la luz de la superiora se acaba el cuento y mi lumbre…
No estoy mal, digo, anuciando el festejo…están conmigo las monjitas del Convento de Santa Clara, como  canta Carlos Cano en el Spotify… Feliz Navidad, amigos míos. Que la ansiada paz del Misericordioso esté con todos vosotros, como lo están conmigo las monjitas de Santa Clara…

El lugar del ser.


El lugar.

Distancia: de Luisa Sánchez Pérez.
El lugar del yo es un concepto abstracto ciertamente complejo. Somos lo que somos en un lugar, en un hogar, en un paisaje, en unas coordenadas concretas, y no en otras. Cierto que viajamos, nos movemos,  conocemos o intuimos otras realidades culturales u otros paisajes ajenos al lugar del yo. Pero en tales sitios uno no es…, simplemente está.
Lo que intento decir o comprender es la realidad histórica del destierro, del exilio, de la inmigración y la profunda, la aterradora soledad que implica. Cojo el coche, salgo de Madrid, tomo la autovía de Andalucía – la nacional 4 -, avanzo… paso por Aranjuez…me llaman
-          ¿por dónde vas?
-          Estoy en Aranjuez…
-          Ah, entonces te quedan...
-          Si, tres horas a Bailén…
-          Bien, llámame cuando llegues
-          Chao.
Y sigo, y atravieso la Mancha y llego a Andalucía. Los olivos se extienden hasta el horizonte en hiladas simétricas, violáceas ya en la tarde, eternas en mi alma. Es diciembre y el fruto inclina los arboles haciéndome un saludo de bienvenida. ¿ya has regresado… me dicen?. Sí, sí ya estoy aquí de nuevo: ya soy yo.
Y eso que he pasado solo dos días en Madrid. Me imagino el exilio de los intelectuales españoles en la pos Guerra. Treinta, cuarenta años de exilio sin ser, solo estando, y leo y releo sus escritos para intentar a cercarme a su yo desterrado y solo. Volver a morir… eso. Los he contemplado ya ancianos volver a morir,  morir desde el ser. Uno no se muere desde el estar. Si eso me ocurriera…, vagaría por el éter hasta encontrar una inmensidad plateada cuajada de aceituna pintona que me dé, una vez más, la bienvenida. Mientras, seguiré solo, absolutamente solo en un inestable estar.
Quien condena a un hombre a destierro…no sabe lo que hace.
Quién obliga a un hombre a emigrar y le ofrece un sueño en su futuro estar…no sabe lo que hace.
Quien lea esto y no lo entienda…es un insensato.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tiempo y soledad


¿Existe el pasado?: No, no existe. ¿y el presente? : el presente se nos escurre.. ¿Y el futuro?: el futuro se intuye. Solo eso.
El pasado se extingue a velocidad relativa, pero se extingue. Cuando vamos en un tren y contemplamos  el paisaje por la ventanilla, los objetos todos: las casas, los arboles, las montañas, los postes de la luz o los automóviles que circulan por la carretera contigua se nos acercan lentamente. No están aún en nuestro presente, en nuestro pasar, en el viaje ese en el que el tren nos lleva. Son un futuro inmediato que llegará a nuestro puesto visor en unos minutos, en unos instantes. Al acercase aceleran un movimiento inexistente en ellos y constante en nosotros, en nuestro tren, en nuestra ventanilla en movimiento.  A nuestros ojos, ante el cristal de nuestro mirador, cuando llegan a nosotros, los objetos que se acercaban lentamente pasan raudos, en centésimas de segundo,  luego se alejan progresivamente cada vez más despacio hasta quedar inmóviles allá en su horizonte lejano y pasado.
Tres cosas, quizás, puedan sacarse del símil escrito supra.
-          Primero, que el sujeto está en movimiento; el yo, nuestro yo, no está estático en el tiempo…, no. Somos en movimiento, contemplamos la vida desde una plataforma móvil  que avanza desde el nacimiento hasta la muerte. Nuestro presente es la imagen fugaz de lo cotidiano, de lo que pasa y se extingue ante el cristal de una visión acelerada.
-          Segundo,  que el pasado no existe en tanto es; pero está en el recuerdo, en la memoria. No poder olvidar y no poder recordar es, casi, lo mismo, pues el yo, el yo absoluto que aspira a la transcendencia, no está fuera… sigue en el tren y como máximo puede mover la cabeza para otear alguna que otra imagen que ya más lentamente ha pasado o va a pasar ante sus ojos. En cierta medida estamos haciendo con ese giro de cabeza, profecía o historia. Solo eso.
-          Tercero, que nadie puede bajarse del tren. El tiempo es inexorable. Solo puede atisbarse esa posibilidad desde la locura.

Luego, más tarde, quizás después de escuchar un silbido profundo, nuestra vida se zambulle en un túnel y la luz interior del tren es la única que alumbra la vida. Queda en ese túnel, si es que sabemos escucharla, la soledad absoluta de la espera a oscuras, y la esperanza de ver en el mañana un paisaje repetido de casas, montañas, árboles y postes de la luz.
Para concluir, una consideración más: a veces, como decía antes, el objeto visualizado desde la ventanilla es un automóvil que corre por la carretera próxima. En ese caso el objeto permanece unos minutos en nuestra visión y en nuestro recuerdo y rompe en ese tiempo la soledad.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Las plumas invisibles

Mi buen amigo José María Penco alude a mí con calificativos que de buenos me sonrojan, pero con alguna imprecisión. Yo no soy catedrático de Universidad; me quedé en el honroso puesto de Profesor Titular. Saqué brillantemente dos veces las oposiciones a cátedra, pero por motivos que no vienen al caso, no me dieron plaza, y por lo tanto no he ingresado nunca en el prestigioso cuerpo de catedrático de universidad. Me hubiera gustado…, si: pero las cosas son como son y ya está. Os voy a contar un cuento que viene al caso.
Había una vez un padre que llevó a su hijo de siete años a una película de indios y vaqueros y a la salida, ya en casa, el niño se empeñó en que él era un indio feroz…
- Auuuu… Auuuu…Auuuu, decía el niño y se daba golpecitos con la mano en la boca abierta, subiendo la barbilla y mirando a lo lejos por la ventana del salón.
- Ya está bien de hacer el indio, niño, que estoy viendo el futbol
- Sí, papá, pero yo soy un indio, mira: Auuu… y soltó el retoño de nuevo la llamada a combate de los indios de no sé dónde. 
- Calla, coño, que no eres un indio, que te falta la pluma…

Y ante la evidencia de la falta de pluma el niño lloró y lloró desesperadamente hasta que el padre, por ver si lo callaba, fue a un palomar que tenía en el camaranchón de la casa, agarró la primera pluma que encontró y se la pegó con un celo a la frente del retoño. 

- ¿qué?, ¿contento?
- Sí papi, pero yo quiero que tú seas otro indio…
- Bueno, ya está, dijo el complaciente padre… Yo soy otro indio, soy Toro Sentado, y estoy preparando el ataque al fuerte mientras veo a Ronaldo… ¿te va?
- Si, papi, pero no tienes pluma…
- ¡Cojones!, si que tengo pluma ¡ea!, lo que pasa es que mi pluma es trasparente y no se ve.
- Mira hijo, dijo el papi y apagó la tele: las plumas son un artilugio de vanidad. Uno es tan indio con pluma como sin pluma. Algunos se las ponen más grandes, de pavo real, otros de gavilán… para el ataque, otros como tú se las ponen de paloma. Tú eres, por eso, un indio de paz. 
- Sí, papi pero ¿tú has visto alguna vez un indio con plumas de pavo real?
- Pues claro … abundan por ahí como las moscas… Mira: las mejores plumas no son las de pavo real; las mejores son las invisibles, las que no se ven … más que para el que tiene ojos para verlas: el guerrero que las lleva no necesita ponérselas porque todos saben que es él y lo respetan por eso. Eso te pasa a ti, hijo… ¿a que tú ves la pluma invisible de tu papi y sabes que viendo el futbol planeará mejor el ataque de mañana…?
- Si papi, tú eres el indio más grande de pluma invisible que he visto nunca
- Gracias hijo.
Y pudo ver así, el padre aquel, como Messi le marcaba un par de goles al Madrid.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El sujeto como protagonista de la soledad.


El sujeto como protagonista de la soledad

No existe la soledad sin el yo previo. Es él, el sujeto, el presupuesto de ese sentimiento abstracto que llamamos soledad. Yo estoy solo en tanto existe mi Yo; mi yo consciente y definido. Pero… ¿Cómo puedo analizar la soledad desde mi mismo?, ¿Cómo puedo alcanzar el concepto desde la propia estructura de mi yo?... Responder a estas dos cuestiones no es fácil y menos si me considero ser cambiante, no estático desde el hoy en movimiento desde el que pienso. Quizás para esbozar en pinceladas este pensamiento habría que abordar dos temas iniciales: la opacidad de la contemplación  propia y mi andar errante movido por la fuerza inexorable de ir y comprender.

La primera de ambas ideas es la opacidad de la observación. Dice María Zambrano al respecto: [i]al recaer la mirada sobres sí, al mirarse como tal, el sujeto se encuentra opaco, porque se mira pretendiendo verse a sí mismo, y tal mirada, por su propia naturaleza, produce la opacidad, la soledad incomparable, el castigo de la falta de quietud, de arraigo, y la necesidad subsiguiente de tener que ir buscando más allá del sí mismo conceptual

 Es eso precisamente lo que siento hoy : la sensación intima de entender mi yo, el Félix Sánchez López de Vinuesa de mi carnet de identidad. Pone en él, en el carnet…: “hijo de Félix y de Rosario”, y ahí me amparo, ahí me detengo, a me intento descifrar a mí mismo. Soy hijo de mis padres.  Pero no lo consigo: no consigo descifrar mi yo solo con la genetica. Mi ser sigue siendo resultado de una mirada opaca, poco definida, poco resaltada en sus contornos, poco matizada en los detalles.  Félix Sánchez López de Vinuesa… sí, ¿pero cuál?: ¿el profesor universitario?,¿ el muchacho aquel ennoviado de los años sesenta?, ¿el padre de familia?, ¿el jubilado solitario que habita en un palacio de 3000m2 de superficie, y concentra sus ansias junto a la chimenea?, ¿el poeta?, ¿el niño aquel que se enamoró de una jovencita a los quince años y conserva sus cartas?... ¿Quién soy yo en realidad?...¿la suma de todas estas interrogantes ordenadas por el tiempo? NO;NO;NO: no puede ser así, pues si lo es habría desaparecido de un plumazo mi pretendida trascendencia.

Y es que entiendo, con María Zambrano, que el ser no es una pregunta, ni ocho ni diez ni cincuenta que me hiciera. No; el ser es una respuesta que se repite en la necesidad del ir. Del ir y comprender. De ir y hablar, de expresarme en letras. Mi historia, mi yo en definitiva, vista por mi mismo, ha de entenderse contemplada desde una plataforma en movimiento que es mi vida de hoy, mi sentir de hoy, mis ansias de hoy.  Cada instantánea de esa historia, de ese yo, necesita un enfoque diferente, una perspectiva obligada y distinta, un análisis de circunstancias vitales, una razón de ser y de sentir que se agolpa o se allana en cada curva del camino, en cada meandro del río de la vida que va intuyendo ya la brisa de la marisma y la sal de la mar cercana. Se trata de dar cobijo filosófico a la concepción de la metodología de la Historia de Arnold Toimby en el sentido de que el historiador crea la historia desde una plataforma móvil que se desliza como las aguas de un río, pues él, el historiador está en el cronos inexorable de la vida.

Mi andar errante, así concebido, es causa de la causa de la causa de la causa de la primera pregunta y por ende de la primera respuesta: Soy hijo de Félix y de Rosario y por ello, a través de mi historia, palpo ahora y desde aquí, como sujeto de mi yo, la incomparable soledad.  



[i] Zambrano, María: Notas de un método; Fundación María Zambrano en Tecnos. Madrid 2011.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

aceite- aire



EL ACEITE-AIRE

Aquel año, en el mes de febrero, hizo mucho frio;  un frio prolongado, polar, implacable. Venía desde el Ártico bordeando por poniente la Gran Bretaña hasta golpear las costas del Cantábrico .  Cuando alcanzó Andalucía el intenso frio polar detuvo su andar y acampó en los olivares del Sur escurriéndose por cañadas y barrancos; inundó  llanos y las riberas; se esparció por la campiña, pintó de canas las montañas y  dejó los árboles ateridos y sin fuerza. En marzo dejó de llover y hasta mediados de octubre no cayó una gota. La tierra rajada fue engullendo las hojas caídas de los olivos de la comarca.


En un pueblo de las Vegas Altas del Guadalquivir el desastre fue total. Los haldares  se tapizaron de hojas y la luz poderosa de marzo dejó el follaje de los olivos como un encaje de tul de una mantilla azulada, luego amarillenta, luego muerta. En mayo no hubo flor, en junio no hubo cuaje, el verano fue tórrido y la sed de los meses de septiembre y octubre llenó de angustia el corazón de la gente. A finales de octubre llovió intensamente, y las pocas aceitunas que consiguieron cuajar en los resisteros engordaron como ciruelas y, del peso, cayeron prematuramente al suelo.


Cuando llegó la hora de coger la aceituna el pueblo tenía que trabajar y salió al campo. Fueron a los pagos y a las hazas y a las fincas medianas o grandes y arroparon los troncos de las olivas con los mantones; y varearon las ramas y no cayó aceituna.  Como cada año arrastraron los mantos por las camadas,  sacaron las sacas sin aceituna y colmaron los remolques de hojas y aire. Luego, también como siempre, encararon los caminos y carreteras hacia las Almazaras. Pero iban vacíos, sin aceituna. Claro que  en aquel pueblo nadie quiso saber que no había aceituna.


Las Cooperativas y Almazaras todas limpiaron sus instalaciones, prepararon las cribas, sustituyeron cintas, rellenaron tamburos, engrasaron centrifugas, acondicionaron lavadoras, bidones, trujales, cámaras, recipientes, envasadoras, etiquetas, tapones, envases de cristal, ordenadores y aplicaciones de contabilidad…. Y llegaron camiones a la tarde, y remolques, y artilugios todos transportando aire; y descargaron y se limpió el aire, y se molió el aire, y se pasó por los decanters el aire molido, y se almacenó aire en los grandes depósitos de acero inoxidable llenos de aire.


Luego, se envasó el aceite inexistente en lindas botellas, se etiquetó correctamente y se envió a su destino de grandes superficies, tiendas medianas, tiendas pequeñas, establecimientos delicatesen, círculos gastronómicos, instituciones de control, laboratorios sanitarios, particulares, paneles de cata, muestras mil y botellas de aceite para gerifaltes y políticos que llegaron e inauguraron la campaña y comiendo en fiestas del aceite nuevo, del aceite verde, del aceite inexistente. Todo como cada año, como cada campaña, como cada noviembre.


Tal fue así que aquel año, en aquel pueblo, tras el aceite nuevo, la gente pedía en los bares su café con tostada de aceite, y empinaba la alcuza vacía sobre el pan;  y no caía nada pero inmediatamente le ponían un poquito de tomate y… al gañote. Las ensaladas se hicieron sin aceite; y los boquerones fritos se preparaban en la sartén echando aire y friendo el pescado con aire. Nadie en aquel pueblo reconoció que solo había aceite inexistente, aceite-aire, y la vida siguió como si tal cosa.


Los únicos que percibieron el fenómeno del aceite inexistente fueron los banqueros que iniciaron desahucios, comunicaciones de números rojos, embargos, cartas de requerimiento de pago, denegación de crédito y cosas por el estilo. Eso sí: los empresarios que festejaron el inicio de campaña despidieron, poco después, a los trabajadores; se perdieron miles de jornales y los sindicatos renegaron de los recortes de Rajoy; las huelgas se multiplicaron y fueron a ellas los trabajadores con bocadillos de tortilla frita con aceite inexistente. La vida siguió pues como si no ocurriera nada, salvo para aquellos desgraciados que sin nada y sin trabajo contemplaban pasmados el paso de los días.


 Pero alguien por pura necesidad se dio cuenta y salió por la calle con una pancarta: el padre a un lado, la madre, al otro. Tres chiquillos en medio. Tenemos hambre rezaba la pancarta, las botellas de aceite están llenas de aire. Todos se echaron las manos a la cabeza y el alcalde del pueblo prohibió la manifestación y los municipales llevaron a la familia al Ayuntamiento.


-          ¿qué le pasa a usted? Preguntó el alcalde al padre detenido


-          Tenemos hambre


-          ¿no ha cogido usted la aceituna? En las oficinas de empleo se buscaba gente.


-           No hay jornales, el aceite es aire.


-          ¿aire?


-          Si, aire, aire, solo aire.


-          Usted está loco, y además el aceite ha subido de precio


-          Sí, pero mis hijos no comen aire.


-          Que le arreglen a este hombre los papeles para cobrar los 400 €. Gritó el alcalde. Que la agente social se ocupe del caso. ¿Está usted contento?


-          Sí, contentísimo, excelencia


-          Yo no soy excelencia, soy el alcalde del PP, y Rajoy le prolonga a Vd. los cuatrocientos €, mas cincuenta euros que el municipio le da a su familia hasta que le llegue la subvención.


-          Sí, señor alcalde, respondió el hambriento subsidiado y beneficiado con los cincuenta € del generoso Ayuntamiento.


-          ¡Ea!: asunto terminado, dijo el alcalde.

Uno de los concejales presentes  se atrevió a decir:

-          Señor alcalde, este hombre tiene razón, el problema es que no hay aceituna…
-          Ya está usted como siempre, Martínez, con sus monsergas; La Pac es de pago único, la gente tiene paro, las Almazaras han funcionado, los mercados reaccionan  y lo importante es lo importante…, con o sin aceite.
-          Sí, dijo el concejal, pero la gente tiene hambre…
-          Yo no soy Teresa de Calcuta, respondió el alcalde, y si no está de acuerdo … ¡déjeme Martínez, déjeme, por Dios, y permita que el pueblo funcione..

-          Y de esa forma nuestro alcalde siguió con sus recepciones y con las deudas del municipio exigiendo que el Gobierno de la Nación  ( no sabe bien de qué Nación hablaba el munícipe) subastara cada viernes cuatro o cinco mil millones de € para aguantar un mes más pagando a los funcionarios, ordenanzas, choferes etc. del Ayuntamiento. Aquel día tenía mucha faena: tenía que asistir a la inauguración de la campaña: venia el Delegado y el Consejero de la Junta de Andalucía… a inaugurar la campaña del aceite inexistente.



Ya en la calle el hambriento se cruzó con el Caminante. Dame algo de comer le pidió el Caminante al subsidiado. Y fueron a la panadería y compraron un pan. Sentados en un banco cortaron el pan y el Caminante sacó de su zurrón una botellita de aceite  dorado, aromático, real. Tomad hijos, le dijo a los niños, os echaré un chorreón de aceite: este no es picual, ni manzanillo, ni arbequino, ni royal, ni hojiblanco ni picudo… Este es aceite esperanza.


-          ¿aceite esperanza? ¿qué aceite es ese?


-          Es el aceite del año que viene; el aceite que vendrá y deja vivir al pueblo; el aceite que mueve las cosas, el aceite que será y  es ya para en miles de hombres y mujeres de estos pagos que saben de esto.


-          Este año todo el aceite es invisible…, dijo el padre.


-          No, no, buen hombre; no es así. Este aceite es real. Esta botellita es tan cierta como tú y como yo. Esta botellita no se acaba aunque chorrees en el pan de tus hijos. Te lo voy a explicar: Tú no tienes más que cincuenta € y has comprado pan y me lo has ofrecido a mí. Yo,  a cambio,  no quiero darte aceite , quiero darte algo más, quiero darte esperanza; mira hacia allí… Y el hombre miró a un haza de olivar de los ejidos y pudo ver unas hermosas olivas con la hojas anchas, brillantes, poderosas, adheridas a un retalle vigoroso y plateado…



-          Bueno, dijo el padre… el año que viene habrá cosecha. Gracias por el aceite de la esperanza, amigo…



Pero al volverse para hablar con el Caminante, este ya no estaba allí. Y es que la esperanza aparece con dificultad cuando la vida arrecia, pero tiene siempre para los agricultores de las Vegas Altas del Guadalquivir una botellita de aceite metida en el zurrón; una botellita que no se acaba nunca.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El Principe Azul


Fíjense en la imagen sicopictografica que ha llegado esta tarde a mi despacho. ¿No ha tarareado nunca una cancioncilla y no se la pueden quietar de la cabeza?; pues eso: una cancioncilla  pero con imágenes.

Yo era el príncipe azul de la Bella Durmiente. Me calzaron las mallas azulones, mi capa rosada, mi gorro o barretina o lo que fuera primoroso con una pluma rosa, mi caballo blanco, el bosque encantado, las florecillas por doquier y… hasta perdí la barriga de ahora  y cabalgaba gallardo sobre una manta de terciopelo granate. Un primor vaya, un primor de película de Hollywood  con musiquilla dulzona. Y avancé decidido por el bosque; a izquierda y derecha estaban los animalitos todos expectantes, las mariposas volando junto al caballo y las gotitas de rocío salpicándolo todo… hasta que la vi.

Estaba allí la moza – yo no sabía que era la Bella Durmiente - toda tumbadita en una especie de angarillas con flores; placida, dormidita, primorosa, angelical, única, sencilla, cándida, aguardando el beso del príncipe que era yo y que adivinó – yo adiviné quiero decir – que tenía que besarla no se aún bien por qué, pero el guión de la imagen  era claro: yo tenía que bajarme del corcel que relinchando se detuvo junto a la joven, avanzar de puntillas, acercarme a aquellos labios rojísimos que me aguardaban desde la eternidad y  mua mua mua, besar a la durmiente.

Y lo hice; bajé del caballo y noté el levísimo peso de mis pies sobre un manto de hojas que el bosque había preparado para el momento: percibí el silencio que la naturaleza toda cuidaba para arropar al beso; quizás solo se escuchaba algún que otro ruiseñor despistado en la cumbre de los árboles  y …la respiración pausada de la Bella en aquel dulcísimo sueño que era gloria,  y espera y paraíso…

Y avancé unos pasos y me detuve al lado de la Bella, y alargué el cuello muy despacio, y el silencio se hizo total entre los rayos de sol que traspasaban el follaje. Solo una música suavísima, interpretada por los mil duendes del bosque aquel empezó a sonar…

Eres tú…
El príncipe azul que yo soñé …

 
 Y mis labios apenas rozaron los de la moza cuando esta abrió encantadoramente los ojos, se estiró un pelín y me arreó una grandiosa bofetada mientras gritaba:

-         ¡¡¡¡ Fresco !!!!, ¡¡¡¡ sin vergüenza !!!!, ¡¡¡¡ cochino !!!. Eres como todos los hombres… ¿Quién te ha dado permiso para besarme? . Canalla, miserable, ¡¡¡¡socorro!!!.

Y acudieron los enanos todos y me majaron a palos. Pero lo grave del caso es que, como la cancioncilla repetida, la imagen no se ha ido en horas..

Supongo que aquí, leyendo Delirio y Destino de María Zambrano, en la absoluta soledad de la Almedina, escuchando la lluvia que cae plácidamente podré desvelar el arcano de la pesadilla del Príncipe Azul  que les acabo de contar. Dentro de unos minutos me iré a la cama… un poco aturdido. Este silencio de la Almedina me está dejando, ciertamente, un tanto chungo.

Fotografía y Soledad


La historia es sueño, dice María Zambrano: el sueño del hombre. Sí, desde luego, la historia es una creación extraída de un sueño, diría yo. Una creación siempre inacabada y siempre en movimiento en tanto que es subjetiva por naturaleza y sometida al tiempo y al espacio. La Historia con mayúscula, historia de las naciones, de las guerras, de los imperios de la economía  o del poder la objetiviza el historiador a través de las fuentes, o mejor diría de sus fuentes. ¿Deja pues de ser sueño al extraerse, al crearse, al hacerse capítulos y papel y cronología? Pienso que no. La historia sigue siendo sueño aún después de escrita.

La historia pequeña, la nuestra, la de cada día, la que queda en cuatro fotografías amarillentas encadenadas a un marquito de plata también es un sueño. Soñamos nuestro inacabado ser de muchas maneras: buscamos expresiones, recordamos trajes, sacamos a colación la primera comunión, el retrato de los padres o la fotografía de la boda. Lo trascendente de esa historia personal soñada no es la foto, es la elección. Antes no; antes se colgaba de la pared la foto del abuelo porque era su única foto, “la foto”. En el mundo de hoy no hay una foto, hay cientos de fotos: fotos de viajes de hijos o de nietos; Fotos en blanco y negro y fotos en color; fotos enmarcadas y fotos en álbumes mas o menos temáticos. Fotos en el móvil y fotos, miles de fotos, en la pantalla del ordenador que pasan ante tus ojos, incluso, automáticamente, escurriéndose hacia la izquierda, superponiedose con otra, deslizándose hacia abajo. Hacemos presentaciones, corregimos perfiles, componemos fotos complejas, retocamos contrastes y… borramos cientos de diapositivas para escoger algunas, las que creemos mejores…

Me reafirmo: la historia es un sueño, y el sueño se sueña en soledad. Heráclito llamaba a los hombres a despertar para verse  en su propio sueño. Despertar sin dejar de soñarnos, habría que precisar, pues inevitablemente retomamos la historia en cada amanecer. ¿Pero qué historia?, ¿qué historia renace cada día?, ¿qué fotografía del móvil archivaré  hoy en el ordenador? ¿qué soledad de mi inacabado ser plasmaré, elegiré y guardaré esta tarde?.

¿Así pues, como en la historia grande, la Historia con mayúscula,  cabría preguntarse: ¿deja el día a día de ser mi sueño,   para hacerse historia al plasmarla en soporte informático o en papel o dónde sea?. Vuelvo a pensar que no. La foto de hoy no existe, no es, no puede ser. Yo no soy el de cientos de fotos acumuladas en un archivo. Si pudiera despertar y dejar de soñarme acabaría con el ansia de ordenar un proyecto de vida que no es mío.  No me identifico en ninguna foto, en ninguna; no soy yo, ni mi imagen quedó grabada no sé dónde. Sé,  sin embargo, que elegí finalmente alguna imagen – unas veces mía y otras no –; que las llevé a imprimir, que las puse en un marco, que la puse en el despacho o en el salón o en la mesita de noche y…que esas, las que adherí a un sentimiento, son mi sueño que  se hizo por unos instantes realidad. De ese sueño o realidad soñada brotan algunas letras, algunos trazos de poesía, un sentir que me asemeja vivo. Y ahí, precisamente ahí, en la elección, en tomar esta o aquella foto… en ese momento y no en otro identifico a la vez mi historia y mi soledad.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Soledad y muerte

Lo esperado, lo que pensamos ha de venir y no llega, lo que ansía el hombre interior que todos llevamos dentro y no acontece, lo que antecede al vacio y desemboca en él, conduce irremediablemente a la soledad. No estás solo en tanto esperas, en tanto intentas alcanzar un algo abstracto que se concreta en el tiempo aquí o allá. Uno está solo cuando alcanza y se da cuenta de que lo alcanzado es el no. Y en ese momento vives a medias al sentirte encerrado en tu propia soledad. Uno se muere un poco cada vez que escribe una entrada en el Face intentando existir.


La muerte, pues, no nos llega de golpe; nos vamos muriendo aún estando vivos, y nos morimos al son del tiempo en que sacamos la cabeza, en que intentamos decir: aquí estoy; estoy aquí y existo. Yo me estoy muriendo en la soledad que produce la incomprensión, la imposibilidad de hablar, la ausencia de alguien que escuche tu historia. Más aún, porque escuchar la historia – más o menos real para el que escucha – no trasciende y mata la soledad. No. Lo que anhela ese hombre interior al que antes me refería, no es que te miren o te escuchen; eso es baladí. Lo que intentamos para vencer la soledad es que el que mire, vea; y el que escuche comprenda.


Cuando eso no llega, cuando la soledad te aprisiona de tal modo que acabas deseándola, y hacerla tuya, y compartirla con tu yo; cuando es ella la que te entiende y te acaricia y, como la amada al amado, te hace suyo, en ese momento has llegado a esa línea de no retorno que te atrae y te espanta al unísono. En ese instante digo, estás perdido. Estás muerto.


Quizás como último recurso para librarte de la tenaza de la soledad echas mano a la intelectualidad o a la conciencia intima de lo trascendente. El Dios que me intuyó y propició que mis padres me engendraran. El Dios que me lanzó a un mundo destartalado y sin entrañas, y “sabía” desde el inicio lo que había de ocurrir. ¿Dónde está?, por qué me dejó nacer; ¿por qué me dio un ansia de libertad para quitármela al mismo tiempo marcando mi destino?. La voz distorsionada por la agonía del hombre atenazado por la soledad gritará, seguramente, con las fuerzas todas que le queden un ¡¡¡¡Dios mío!!!. Como la última palabra que salga de su boca.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La soledad y Dios


Me cuesta Dios; lo pienso e incluso lo concibo. No lo alcanzo: no lo ha alcanzado nadie y si alguien lo hiciera dejaría de ser el Transcendente. Él es inalcanzable por naturaleza. Pero acercarse si es posible. Imagine, lector, una gran águila, un ave excelsa que surca un cielo sin nubes, un cielo pleno con un sol de justicia de agosto. Piense que sobre un rastrojal amarillento proyecta nuestra ave su sombra alargada; una sombra que cae sobre los seres todos que se ocultan entre la paja del rastrojal.  

Algo así es la presencia de Dios en mi vida; está ausente, alejado, invisible allá en lo alto del cielo azul de justicia de agosto. Pero su sombra no; su sombra planea sin cesar sobre el páramo de mi existencia. Lo percibo precisamente en eso: en  sus No, en la ansiedad que precipita mi ser entre Él y su ausencia.  Y es que vivir es errar, deambular ocultándose en el rastrojo cotidiano, en el seno de la paja muerta que no nos deja de rodear y el recuerdo permanente de un cereal de primavera. La incertidumbre, el ansia y la soledad están ahí, en los terrones y las rajas secas del haza en el verano. Un haza que te sostiene y te cobija, a la vez que permite que la sombra del Transcendente se concrete y avance lentamente, pausadamente, cobijante, terrorífica y permanente. Él no nos da su ser, pero nos permite, como la sombra, conocer su no ser…

¿Y el hueco entre el ave y su sombra?, ¿Cómo la percibe el humano? ¿Cómo nos llega? ¿Cómo se trasmite?. No lo sé; pienso que cada cual la intuye a su modo. Alguien la niega; no niega al ave, pues ve su sombra; niega lo inalcanzable a la razón, y le basta. Otros ven la amenaza, calculan a su modo las distancias, elaboran teorías…, se equivocan siempre. Los más se arrodillan sin pararse a pensar arropados en el impulso de la multitud. Algunos intentan la unidad, quieren volar y se estrellan en la estupidez de un ascenso inútil. Algunos finalmente, los estúpidos, escupen hacia arriba.

Para mí la distancia entre el Transcendente y yo se mide en letras, en palabras, en poesía. La palabra sigue a la sombra como el sol al ocaso. Mi palabra que nace del no ser y se afana en la sombra del Transcendente. Estás ahí le digo: agazapado en la pequeñez mía que te intuye y te ama, susurrando matices, poniendo tildes a mi vida toda como el maestro corrige el dictado impuesto al niño. Solo que a mí me dejas escribir libremente, al tiempo que generas, oh Creador, la percepción de tus NO y mi propia soledad.  

domingo, 21 de octubre de 2012

¡¡¡ Marruecos, Marruecos ¡¡¡


Marruecos.

 

Erase una vez un jovenzuelo que acababa de sacar sus oposiciones a Profesor de la Universidad de Granada. Impartía por aquel entonces – hace mas de treinta años – Derecho Farmacéutico en la Facultad de Farmacia de Granada y estaba como un ratón encima de un queso. Alto, delgado, espigado, relamido, vanidoso, progresista, europeo y… eso: con la vida por delante.

El caso es que un alumno marroquí fue a su despacho y le transmitió el mensaje de su padre, del padre del alumno quiero decir, capitoste farmacéutico de Tanger, invitando al jovenzuelo a dar una conferencia en su ciudad en un ciclo sobre el futuro de la Farmacia y la Legislación de la Comunidad Europea, a la que España aspiraba entrar. Al jovenzuelo le pagaban  el viaje y la estancia en Marruecos. Un cielo azul maravilloso cubria la ciudad de la Alhambra, las primeras nieves tapizaban de blanco el Mulhacen y el Veleta y el jovenzuelo, que era yo como habrán podido adivinar, hinchó el buche y se extasió ante la perspectiva de su primera conferencia internacional. Era él, se dijo convencido, la persona adecuada, el intelectual preciso, el hombre del mañana que había de conducir la sanidad de los países del Sur hacia el progreso y la Farmacia moderna. Un cielo, como el de Granada, cubrió su cabeza. Y aceptó el encargo lleno de alegría. Un mes de trabajo intenso, la paciencia de la esposa que escuchó cien veces el ensayo de la futura conferencia, un notable alto al alumno marroquí en el primer examen, cien filminas de cuadros, esquemas, y zarandajas; un traje azul marino y una corbata nueva, un lápiz de luz para puntear una hipotética pizarra, el pasaporte, cincuenta mil pesetas para imprevistos, una maleta de piel blanca ( regalo de boda ), la ilusión en el alma y la vanidad en los ojos, fueron mi equipaje de aquel dia.

Pero de Algeciras a Tánger la mar estaba mala y el barco cabeceaba intensamente. Así que me mareé y salí a cubierta a tomar el aire y entrever Africa que estaba allí, inmensa, repleta de leones, de elefantes, de cultura ancestral, del Serengueti y Kilimanjaro, la pirámides de Egipto y el Cabo de Buena Esperanza. Un continente que me habia llamado y me esperaba. El caso es que no se pasó el mareo, saqué mis esquemas de la conferencia – a ver si me aliviaba – y empecé a leer…
 

Todo en uno, yo mismo. No lo pude aguantar… corrí a la barandilla de estribor, abrí la boca y  ¡zas! : una mano a la corbata para no mancharla, otra mano a la barandilla para no ir al agua, los pies inestables, las olas crecidas y… mis apuntes sobre las Directivas Comunitarias al occeano.  ¡Madre del alma!, cayeron como las hojas en otoño meciéndose de izquierda a derecha suavemente, alejándose hacia la popa del trasbordador, tocando la espuma del mar herido por la quilla del barco como se toca la nariz de una novia a la que pretendes besar a continuación, diciéndome adión entre el murmullo del mar y mi angustia suprema que se intentaba imaginar una patera salvífica que aliviara el entuerto. Pero no, mi conferencia había desaparecido en las corrientes del Estrecho.

 
Y no terminó ahí la cosa: los organizadores del evento enviaron a otro alumno  a buscarme al Puerto.  Pero no: el chico esperaba a un viejo barrigodo y con gafas y no me identificó, así que angustiado y solo cogí un taxi y le di la dirección de la sala de conferencias donde tenía que actuar. Aquella era un teatro del que no recuerdo el nombre.  Dese prisa, le dije al taxista, nos queda media hora… Y el Mercedes achacoso del taxista se encaminó al teatro. A unos doscientos metros de la meta una manifestación impedía el paso. ¿Qué pasa?, inquirí… No llegamos. No sé lo que es, respondió el chofer sin inmutarse…, si quiere bajar, quedan cinco minutos a pie…; pues sí, y baje, y saqué la maleta, pagué los dírham pactados y apresuré el paso. Iba despeinado, mojado, asustado, solo, perdido, con los zapatos embarrados y el corazón saltando como el de un adolescente enamorado.

 
De pronto escuché una especie de grito en árabe. La gente enmudeció y la manifestación aquella se detuvo. Una enorme pancarta giro sobre ella misma y se dirigió hacia mí. Me dieron ganas de soltar la maleta y salir corriendo, pero estaba paralizado no sé de qué, mis piernas no respondieron y me quedé allí como un pasmarote esperando que pasaran por encima de mi soledad y mi maleta de piel ( donde guardaba las cincuenta mil pesetas). Lo peor llegó cuando me rodearon, me dieron la mano, golpes en la espalda y hasta un beso. Yo no sabía lo que pasaba.
 

¡¡¡¡ La pancarta tenía escrito mi nombre en árabe y el titulo de la conferencia en letras mas chiquititas. ¡!!!!! . Ah, Marruecos, Marruecos… Bendita tierra que me dio la mano; cultura milenaria que recibió a un jovenzuelo sin papeles; alumnos míos que todavía me escriben y dicen que me añoran y les enseñé a ser ellos mismos… Ah, Marruecos, Marruecos: no te olvidaré nunca.


Creo que mi conferencia en Tánger fue la mejor que he dado jamás porque allí en aquella tribuna, sin yo buscarlo ni saberlo, había desaparecido por unas horas mi soledad. Todavía conservo la pancarta, y la despliego en la Almedina cuando la angustia arrecia; ato un cabo a un ciprés centenario y el otro a la rama de un magnolio; me pongo una toalla en la cabeza a modo de turbante y avanzo hacia la cancela de la entrada con paso abstraído. Carmen, la mujer que me cuida, asegura que soy más raro que un coño verde. Y no es verdad: es que aguardo emocionado una segunda pancarta y un pueblo amigo que me de la mano para afrontar la última conferencia que debo dar: la conferencia de la muerte.

 

 

 

  

 

viernes, 19 de octubre de 2012

La jura de Bandera


El día de la jura de bandera llegaba y con él el final del campamento. Seríamos soldados de España ante miles de familiares que acudirían el sábado para vernos el domingo. Luego a casa, hasta las prácticas en el cuartel. Desfilarían en la explanada grande los cuatro batallones, con sus cuatro compañías puestas en fila por orden de estatura. Eso. Yo era el más largo del cuarto batallón y por lo tanto marcaría el paso detrás del recluta más bajo de tercero. Lo lógico. Mis dos metros con veinte años, y tres meses haciendo instrucción como abanderado me hacían levantar la pierna como el caballo del rejoneador Peralta. ¡Zas, zas, zas!; izquierda, derecha; izquierda, derecha; izquierda, derecha … un dos tres: y mi bota reluciente al cielo. Eso decía mi sargento: o la bota al cielo, o el sábado a limpiar letrinas; y la bota iba al cielo.

Todo estupendo y la gente llenando la grada. El Capitán General en la tribuna; Usia, el Coronel, a su lado, los comandantes una fila por detrás; la banda, tocando en su sitio; los cuatro batallones formados, cada compañía engalanada con sus banderas y su pompa y los pelotones en fila: uno tras otro, aguardando que los reclutas besáramos la bandera. Y pasó el primer batallón y brillaron los flases de las cámaras de fotos de los familiares; y pasó el segundo y la emoción crecía, y la rojigualda ondeaba orgullosa sobre las cabezas de sus hijos. Todavía recuerdo la emoción del momento. Y pasó el tercero… y me tocó a mí salir a la fila y encarar la bandera. Eché los hombros hacia atrás, tensé los músculos, subí la barbilla, metí la inexistente tripa de entonces, aguardé firme que llegara el ultimo recluta del tercer batallón y … di el paso al frente con el máuser al hombro.

¡Madre del alma!:  el recluta que me precedía resulta que era “Medio Peo”, el chaval mas cachondo del campamento, el soldadito mas redondo y risueño del mundo, el recluta más chiquitín y  campechano de España. Y Medio Peo se percató de que mi bota le llegaba a la oreja y dio una carrerita para coger distancia y acercarse a la bandera. Y claro, perdió el paso, trató de recuperarlo mirándome por el rabillo del ojo hasta que alguien gritó desde la grada:

-          ¡¡¡¡ Que lo pisa !!!

Y se acabaron los flases de las fotos con los besos al trapo, y la emoción se trasformó en risas, y las cámaras de la tele de entonces enfocaron mi bota impoluta llegando hasta el cielo,  y el mundo entero se concentró en Medio Peo  y la apisonadora sin reflejos que llevaba detrás; Y es que el reclutilla de delante – mucho más inteligente y rápido que yo – caracoleaba sin recato hasta que pasó y besó la bandera. Pero el abanderado que sostenía el mástil de la insignia nacional, nervioso con el espectáculo, bajó el palo y el trapo para que lo besara Medio Peo, pero no los subió a tiempo para que pasara yo con el consiguiente beso y … todavía recuerdo el hostión que me arreó el mástil de la rojigualda.  Perdí la gorra, daleé el máuser, y tiré la bandera. ¡Tierra trágame, trágame, trágame…!.

Ni mi familia ni mi novia vinieron a la jura, así que ni una sola persona de las cuatro o cinco mil que presenciaban el desfile estuvo conmigo en aquel trance mientras aplaudían a Medio Peo que había recuperado la formación y marchaba marcial y redondito y con su máuser - calada la bayoneta - como una aceituna gordal con su palillo tieso sobre el plato blanco de la explanada de la instrucción. La gente lloraba, pero lloraba de risa.

Ay España, España, España… ¡que hostión me pegaste el día de la jura de la bandera!. Creo que aquel día me sentí solo ante el cachondeo general. Ahora, ya no.

 

viernes, 28 de septiembre de 2012

El hoyo de pan y aceite.

El hoyo de pan y aceite.


 

Éramos amigos. Hace una eternidad llegaba a mi casa a que le dieran la merienda y luego jugábamos a ser amigos. Sabía subirse a los arboles, llegar hasta los nidos, pisar los charcos en los días de lluvia y apedrear a los perros pegados. Yo no; yo no sabía hacer esas cosas. Los nidos no se cogen, los zapatos relucen y cuando los perros se pegan se mira a otra cosa…; Yo sabía el francés ñoño de mi institutriz de pacotilla, y él mascullaba el arameo entre el frio o el barro. Luego se comía el hoyo de pan con aceite y azúcar y se iba a su casa que era hora de que el señorito hiciera la plana de redondilla y las cuentas.
Y pasaron más de cincuenta años.
Cuando llegó al hospital yo me moría y apenas lo pude reconocer. Estaba calvo, destartalado y con una mujer alemana enorme... tan vieja como él, o más. Empezó a hablarme de usted desde los pies de la cama. De pronto abrió una bolsa del Mercadona y sacó una hogaza de pan de pueblo. Luego una botellita de aceite y una navaja. El azúcar estaba liada en un papelito.
Toma, me dijo, me dio un abrazo y se fue. Yo me quedé en mi niñez sin apedrear a los perros pegados; pero tenía allí, en mi cama, un hoyo de pan y aceite y un montón de lágrimas. 
 
Esta vez no fui yo quién gritó y esperó la respuesta del eco. No.  Fué él, mi amigo, quien vino a mi lecho. Fue él el que supo romper por un instante mi soledad

martes, 25 de septiembre de 2012

EL COÑO VERDE

Este blog ha perdido su configuración. Me permite escribir en la entrada, pero luego, al publicar, deja el titulo y las palabras no aparecen. Pido ayuda en el Face y un amigo me aconseja que cambie el titulo del Blog. Que le ponga Alegria y Compañia... De acuerdo: cambio el nombre y nada: la página en blanco. Tecleo por aquí y por allá, cambio de diseño... y zas aparece la entrada. Lo malo es que no sale la pagina principal, no puedo añadir más entradas y , lo peor, me siento torpe, torpisimo. Le he pegado una patada al ordenador y ... bueno: Carmen, la mujer que me cuida, me ha llamado bruto. Le he dicho que un ilustrisima bruto es, mas que una conclusión, una consecuencia. Me ha mirado con la sensación de estar viendo a un extraterrestre y ha añadido: es usted más raro que un perro verde. Me he levantado de mi sillón con solemnidad; he cogido un rotulador verde y le he pintado a Tobi un mechoncito en la oreja. Carmen me ha mirado ahora con estupor: se ha dado media vuelta y ha salido del despacho. Estoy pensando que lo del perro verde lo habia oído antes pero no con perro sino con coño: ¡Es usted más raro que un coño verde!, es lo que Carmen ha querido decir y no se ha atrevido. Debo investigar: investigo; me voy al pueblo; entro en casa de la depiladora... Oiga usted, Josefa, le digo: ¿Ha teñido o ha visto usted algún coño verde?. No encuentro adjetivo para definir la mirada de Josefa; ¿está usted bien, D. Felix?... ¿yo?, contesto; y me doy cuenta del ridiculo que estoy haciendo delante de Josefa. ¿Yo?, repito... No, no: no pasa nada, es que no  sé lo que estaba pensando. Ya...., contesta Josefa. Y me he vuelto a la Almedina sin saber bien lo que soy. Una pena, José María; Una pena Pilar Tejero. Eso: mas raro que un coño verde. No me extraña que no me responda el eco...

viernes, 21 de septiembre de 2012

La soledad y tu silencio



La soledad habita en el silencio cuando se trata de la soledad absoluta; y  esta, la soledad absoluta, es la única que acepta conceptualmente María Zambrano. Para la filósofa, la soledad absoluta se constituye como meta prácticamente inalcanzable. Aunque eso sí: en sus ultimos estadíos la soledad abraza al silencio de tal forma, con tanta intensidad, que ambos - soledad y silencio - se funden en un todo indisoluble.
Lo que intento decir esta tarde es que si bien la soledad absoluta puede ser una quimera, o la vereda por la que camina el miedo, el silencio, no. El silencio es otra cosa. Personalmente  creo que el silencio es perceptible aquí y ahora como algo más próximo y mundano. ¿Pero que es el silencio?, ¿el silencio es la ausencia de ruido?...; no, no: no me refiero al silencio como fenómeno fisiológico que anula en el cerebro los impulsos que envia el oído. El silencio es mucho más; el silencio acontece sin ruido en la mayoría de las ocasiones; el silencio puede darse con el mayor de los estruendos y a veces, incluso, necesita del ruido, ruido esperado, para existir. El silencio no es el no oír, el silencio es no obtener respuesta, que no es lo mismo.

El silencio se parece más al eco que a cualquier otra cosa. El eco necesita un grito previo, una llamada anterior, y sobre todo existe porque se esperara respuesta. El eco necesita también una montaña, un horizonte lejano, una disposición previa a la llamada, un espíritu de presencia que acaricia al llamante. ¡Eco, ecoo, ecoooo!. Y esperas. Y algo misterioso sucede en la espera; se abre en unos segundos tan solo un palpitar esperanzado, una respuesta deseada. Cuando nadie te contesta, cuando la brisa apartó las ondas, cuando no hay respuesta, acontece la soledad. Has alcanzado el NO. Y cuando  percibes que has alcanzado el No, te inunda el alma una sensación lacerante dificil de expresar.  Algo así he intentado plasmar en el poema que va debajo. No sé si me han entendido mis lectores. Quizás solo lo entienda el que haya conocido la soledad.


Llegó el silencio al alma:

se hizo alma, esencia de alma, yugo;

silencio que ya es cárcel, y soga, y lejanía;

ausencia de esperanza amalgamada

a tus ojos y al recuerdo tuyo.

Silencio carcelero de nostalgias,

ahogando campanas perdidas y alejadas.

Ha llegado el silencio en el estío;

se ha aferrado a tu ausencia y a la tarde;

a noches sin murmullos y trigos sin espiga.

Ha llegado el silencio a cobijarse

en el último brote de esperanza.

 

domingo, 16 de septiembre de 2012

El pergamino


Una multitud inició la marcha; Llevaban comida, y agua,  y mochilas moradas o amarillas; la iniciaron a paso vivo, sin saber bien a donde iban, ni lo largo del camino, ni la cuesta del Norte, ni las horas llegadas a sus pies. En el primer cruce, la mitad se fue hacia la derecha; la otra mitad, a la izquierda. Los de las mochilas moradas se quedaron parados, y nosotros con ellos y acampamos.

Al día siguiente reiniciamos la marcha hasta el segundo cruce. El cincuenta por ciento se pusieron un toto anaranjado y tomaron la izquierda. Los demás tomamos la derecha. Recorrimos diez leguas y acampamos.

Al tercer día, ya de salida, muchos se pusieron un toto rosa y aguardaron; los que quedaron llegamos hasta un nuevo cruce. Todos se fueron a la derecha menos tú y yo. Entonces saqué de mi bolsa el pergamino crema; viejo pergamino que me dio mi padre, y lo miramos sentados en el ribazo aquel. Era mi pergamino y caminamos. Y subimos a lo alto de una montaña enorme, con el frio en los huesos y la piel ardiendo en tus senderos. Busqué un refugio y te tendí la mano y volaron hacia ti una multitud de duendes: sin mochilas, sin totos, sin pasado. Estamos solos, te dije aquella noche.

Al llegar la cuarta noche te dije: compartamos la soledad, la tuya y la mía… y no estaremos solos nunca más. Sí, me contestaste: cojamos cada cual su mochila y marchemos a un mundo nuestro, exclusivamente nuestro, un mundo anhelado, a un mundo nuevo donde solo habiten los duendes que nos siguen… y las mariposas de las entrañas, y el amor tuyo y el amor mío. Y acunamos la vida mientras la lluvia fecundaba el campo.

Tengo aquí el pergamino, el pergamino de mi historia, el deber aceptado y adquirido…te dije al quinto día; debo bajar, dame un tiempo. Ella me llama, me llama, me llama… lo dice el pergamino.

“Palabras de agua atravesando el portal de aquella noche insomne, abrazos que resbalan por tu piel sin dejar huella, abrazos fríos en las cálidas distancias. Abrazos... besos amables escritos sin tinta, pintados en el aire por tu voz amada, besos quemados en un instante... Letras de humo bailando alrededor de mi sombra, caricias huecas perdiendo vida... Sábanas de seda incapaces de dar calor a un amor vacío, besos que jugaron a ser únicos y solo fueron ecos de olvido...”

Y bajé la montaña. Y dejó de llover; desde abril no llovió a llover, no suenan los cristales como aquella noche; ni suenan tus besos en mi boca. Ha dejado de llover y mi voz amada se confunde con palabras de humo, con esperas sin tiempo y llamadas sin voz. Y acudió la soledad de nuevo; la soledad absoluta y fría que aquel hombre intuyo que podía quedar atrás en la montaña. La soledad intensa y renovada que lo envolvió de nuevo al alcanzar un NO.

Y aquel hombre solo y aterido volvió la cabeza hacia la amada y gritó con todas sus fuerzas: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ lo dice el pergamino ¡!!!!!!!!!!!!!!!!!. Pero nadie, ni aún los que lo escucharon, entendieron su grito. Solo lo entendió la soledad.

 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Soledad forjada en el cuadro de honor.


Me recuerdo de entonces, de cuando el rio Genil paseaba Granada entre adelfas y basura. Allí estaba el aula, y el campo de deportes, y la capilla, y el padre prefecto:  en la ribera del Genil. Sobre la pared de la galería principal había un cuadro de honor, un cuadro con las fotos de los niños más aplicados, más estudiosos, más ordenados… más inteligentes incluso.  Había uno que era el príncipe de estudios. Ese era el mejor. Y allí estaba yo, mi foto de niño y la mirada de los otros mil que te llamaban empollón. Eduardo de Teresa, Serrano Muñoz, Serrano Garcia, Paco Mochón,  Félix Sánchez…los empollones de entonces, los príncipes de estudios. Empollones y solos en lo alto del cuadro de honor.

Y no podías saltar sobre los charcos, ni hablar en clase, ni coger nidos, ni ensuciarte la ropa. No podías jugar en el recreo porque las pandillas estaban hechas sin empollones, y porque te sacarían a la pizarra en la clase siguiente. Y acuciaba la soledad. Cambiabas los problemas de matemáticas por el bocadillo de tortilla que la madre de Villanueva le hacía a su hijo, o la bola de cristal por la traducción de francés…; lo cambiabas porque te vendías sin más y … estabas solo.

Luego, a las seis, cuando sonaba la sirena de la fábrica del gas terminaban las clase y venían a recogerte en coche. Solo había dos coches recogiendo niños en los años cincuenta: el mío y el de Vázquez, el de los tejidos. Los demás  jugaban a la lima en la puerta del colegio. Yo no tuve nunca una lima.

Allí, desde 1956 a 1965, cuatro años de primaria y siete de bachiller, se fue forjando mi soledad.   Más alto, mas fuerte, en el cuadro de honor y solo. Absolutamente solo. Absolutamente abocado a mi destino. Y el Dios que lo sabía, lo permitió.